lunes, 15 de diciembre de 2014

El encargo de traducción: el flujo de trabajo (1 de 2)

Uno de los principales problemas con los que nos encontramos los traductores al comenzar nuestra vida profesional es el momento de enfrentarnos a lo que muchos llaman el «mercado real de la traducción», que no es solo marketing, tarifas y todos esos aspectos mil veces ya debatidos, sino algo que muchas veces se pasa por alto: un encargo real de traducción. Salimos de la universidad preparados para traducir, no cabe duda; pero la traducción profesional se asemeja más bien poco a lo practicado en el entorno académico, en que solo debíamos preocuparnos por traducir y entregar el texto que nos había encomendado el profesor de turno.

El proceso por el que trascurre un encargo de traducción es mucho más complejo que recibir, traducir, revisar y enviar. El flujo de trabajo atraviesa varias etapas; yo he distinguido diez, de los que, a continuación, detallaré las cinco primeras.

El flujo de trabajo en traducción

1. Recepción de la solicitud de servicio

Es evidente que todo encargo de traducción nace con una llamada o un correo electrónico del posible cliente. Cómo ha llegado a nosotros ese cliente es otro tema (aunque nunca viene mal averiguarlo, para saber qué canales de marketing debemos potenciar): el encargo de traducción comienza en el preciso instante en que leemos (o escuchamos) la solicitud de nuestros servicios por parte del posible cliente. En esa solicitud, es probable que se detalle el tipo de encargo que se desea (traducción, traducción jurada, interpretación, corrección...), la combinación lingüística y otros detalles (como el número de palabras), la temática de la traducción o el propio documento adjunto (o un fragmento de este), la fecha límite de entrega, etc. Cuando más conocimientos tenga el cliente del mercado de la traducción, más detalles facilitará: no es lo mismo el gestor de proyectos de una agencia —acostumbrado a solicitar servicios de traducción, por lo que sabe que proporcionar cierta información facilita el primer contacto con un traductor— que un particular que nunca antes ha contratado servicios de traducción. Si consideras que falta información fundamental para ofrecer tu propuesta, no dudes en solicitarla antes de comprometerte con una oferta en firme. Si el cliente se muestra reticente a facilitar ciertos datos por confidencialidad, siempre tienes la posibilidad de proponer una oferta aproximada, que podrá variar tras la obtención de esos detalles que te faltan. Así, no te comprometes con una propuesta en la que puedas salir perdiendo.

2. Envío de la oferta

Aunque el posible cliente se haya puesto en contacto contigo por teléfono y ya hayáis acordado los términos de la colaboración, es importante que la propuesta se la hagas llegar por correo electrónico: así habrá constancia por escrito de lo pactado. Esta fase consiste en enviarle al cliente todo lo necesario para que pueda evaluar tu oferta: un presupuesto detallado que incluya las condiciones del servicio, como fecha de entrega, forma de pago, etc. Si el cliente es una agencia de traducción, es probable que cuente con sus propias condiciones de colaboración con traductores. Yo nunca suelo preguntarlas en el primer contacto, sino una vez que mi propuesta ha sido aceptada. Sea en el momento que sea, si no estás de acuerdo con la política de la agencia de traducción, tienes todo el derecho de rebatirla y proponer unos términos que te convengan. Lo peor que te puede pasar es que no acepten tus condiciones y que no trabajéis juntos. Más se perdió en Cuba.

3. Recepción de la confirmación (o no)

Si el cliente acepta tu propuesta, se abre ante ti un mundo de arcoíris y unicornios. Pero no hay que olvidarse de los últimos flecos antes de empezar a traducir a lo loco. Pregúntale al cliente todas esas dudas que puedas tener antes de empezar. ¿Hay que seguir un glosario o un manual de estilo concretos? ¿A quién va dirigida la traducción? ¿Existen traducciones previas relacionadas? También es el momento de pactar esas condiciones en las que, en principio, traductor y cliente no estaban de acuerdo. No empieces a traducir hasta que esté todo cerrado. Si es posible, solicita una orden de compra o nota de pedido (en inglés, purchase order), para dejarlo todo atado y bien atado ante posibles discordancias.

Ahora bien, ¿y si el cliente no está de acuerdo con algunas de las condiciones de la oferta? Es el momento de negociar. Quizá si das ligeramente tu brazo a torcer en algunos aspectos ganes más de lo que podrías perder. Piensa en lo que te conviene y en lo que no. Seguro que llegáis a un acuerdo en el que ambos salgáis ganando. Si no, hay tantos clientes como peces en el mar.

4. Preparación previa a la traducción

Una vez recibidos los archivos y confirmadas las condiciones de trabajo, no podemos ponernos a traducir a lo loco. Es fundamental un proceso preparatorio que puede definirse en tres palabras: documentación, documentación y documentación. Bueno, y preparación de los archivos: transformación de PDF a un formato editable, creación de un proyecto en Trados, etc. Pero, sobre todo, sin documentación no hay traducción. Documentarse no es solo buscar glosarios especializados; es hacerse con textos paralelos, saber si se ha traducido algo para esa misma empresa o ese mismo producto, empaparse del estilo de las traducciones anteriores para mantener la coherencia. Ya, ya lo sé: es un trabajo poco agradecido, pero tiene su recompensa. Por ejemplo, una buena traducción. ¿Te parece poco?

5. Traducción

Sí, por fin, en el quinto paso, ha llegado el más deseado, el que más nos gusta a todos: traducir. Pero eso no implica que vayas a olvidarte de los pasos anteriores. Hay que seguir en contacto con el cliente por si te surge alguna duda en la traducción, que surgirá, dalo por hecho. En tal caso, es mejor apuntar todas las dudas que vayas teniendo y consultarlas con el cliente de golpe: así te ahorras ponerte en contacto con él varias veces, lo que ocasiona una importante pérdida de tiempo para ti y numerosas molestias para el cliente. Además, todos sabemos lo ocupados que están siempre clientes y gestores de proyectos; si podemos ahorrarles inconvenientes, estarán eternamente agradecidos. ¿Y lo cómodo que es para nosotros tener todas las dudas resueltas en un solo documento?

Hasta aquí los pasos previos a la traducción. En la próxima entrada, todo lo que va después, que no es poco.

lunes, 20 de octubre de 2014

¿En qué me especializo?: la transcreación

Por petición popular, hoy voy a retomar la serie sobre especializaciones en traducción que comencé con la traducción para el sector turístico. En esta ocasión, hablaré de una de las especialidades de moda en los últimos tiempos: la transcreación.

¿Qué es la transcreación?

Parece imposible que una pregunta a priori tan inocente pueda acarrear tanta polémica. Y es que la denominación de «transcreación» ha suscitado todo tipo de recelos y debates entre traductores. En teoría, transcrear es algo más que simplemente traducir: tal y como indica su nombre, es traducir y crear, adaptar la traducción a una cultura y a un lenguaje comercial determinado con el objetivo de que resulte más atractiva para los posibles clientes a los que se dirige el texto. En resumen, una traducción lo más alejada posible de la literalidad. Pero, al fin y al cabo, ¿acaso no es eso traducir? Cuando hablamos de traducir, presuponemos que no nos referimos a una traducción literal, ya que toda buena traducción (en especial en campos más creativos y menos técnicos) es una adaptación a una cultura determinada. Si nos guiamos por la definición original de transcreación, llegaremos a la conclusión de que toda traducción (bien hecha) es transcreación (y que toda transcreación, por muy rebuscada que sea su denominación, no es más que traducción). ¿Y no os suena todo esto a la misma polémica que siempre ha habido con «localización»?

Sin embargo, más allá de la definición más purista, la tendencia actual es la de denominar «transcreación» a la traducción publicitaria, como un sinónimo más glamuroso de esta (al igual que se acabó denominando «localización» a la traducción de productos informáticos). Así, un transcreador es alguien que se dedica a la traducción publicitaria o creativa. Y, desde este punto de vista, la definición clásica de transcreación cobra todo su sentido, pues la traducción de textos publicitarios tiene mucho más de creación que de traducción.

Son susceptibles de transcreación los anuncios publicitarios en distintos soportes (para prensa, vallas publicitarias, televisión, radio, internet...), pero también todo tipo de documentos que tengan como objetivo incitar al consumo de un producto con un lenguaje más o menos comercial y creativo: catálogos, folletos publicitarios, presentaciones comerciales, entradas de blog, publicaciones en redes sociales, etc.

Competencias necesarias

Para transcrear, primero son necesarias las mismas competencias que para traducir: dominio de las lenguas de partida y de llegada y un conocimiento exhaustivo de la cultura del país al que va dirigido el texto. En este caso, el elemento cultural es si cabe más importante que en otros ámbitos de la traducción, ya que el transcreador ejercerá oficialmente de asesor cultural del cliente y podrá solicitar la modificación de todos los elementos del anuncio que considere que no se adecuan a sus objetivos (por ejemplo, los colores o las imágenes).

Además, uno debe conocer a la perfección el producto con el que se está trabajando y el mercado al que se dirige, no solo para poder resolver posibles dificultades léxicas, sino para saber cómo llegar al público adecuado. No es lo mismo dirigirse al segmento de mercado que va a comprar una cerveza que el que va a comprar una base de maquillaje. Incluso dentro de las bases de maquillaje, va a haber distintos públicos objetivos según la marca: el lenguaje publicitario será distinto para anuncios de marcas de bases de maquillaje de 5 € que de aquellas que las venden por 40 €. 

El informe (briefing) del cliente nos indicará a qué segmento de mercado va dirigido el anuncio, la imagen que pretende trasmitir y qué es lo que desea vender. A partir de ahí, tenemos que ponernos en el lugar del cliente: ¿qué quiere oír el público objetivo sobre nuestro producto? ¿Qué lenguaje anima a comprar a un sector determinado de la población? ¿Con qué se siente más identificada una mujer de 18 a 25 años de clase media? ¿Y un hombre de 45 a 60 años de nivel socioeconómico alto? ¿Y un ama de casa de 25 a 45 años?

Pero la capacidad fundamental para ofrecer una transcreación de calidad y a la altura de las expectativas es la creatividad. El traductor debe ser capaz de abstraerse de la forma, de las palabras, para tomar una idea —un mensaje, una imagen, una intención— y trasmitirla con todos sus matices a su lengua de llegada. Esto es especialmente importante en traducciones de eslóganes que cuenten con juegos de palabras y otras dificultades lingüísticas que exijan la total reformulación del contenido.

Las dificultades de la transcreación

Además de las dificultades comunes a cualquier ámbito de la traducción, la traducción publicitaria cuenta con dificultades propias inherentes a esta especialidad. Ya he nombrado la posible existencia de juegos de palabras en eslóganes de marca o de un producto, en los que también pueden aparecer referencias culturales o simbólicas: al logotipo de la marca, a la forma o a los colores del producto, al protagonista del anuncio o a la celebridad imagen de la marca...

También es un problema, en ocasiones, adaptar un mensaje a un espacio muy reducido; en otras palabras, decir mucho en un espacio muy limitado como es un eslogan. Las palabras polisémicas o que evoquen imágenes o ideas en el idioma de partida no tienen por qué contar con una correspondencia que evoque lo mismo en la lengua de llegada. En estos casos, si «traducimos las palabras», no estamos traduciendo la intención. Por ello, tendremos que alejarnos de la forma para trasmitir el fondo: crear un nuevo contenido, pero con el mismo mensaje que deseaba trasmitir el original. Eso es transcrear.

Y a ti ¿te llama la transcreación? ¿Has pensado en dedicarte a ella? ¿Crees que en las universidades españolas se recibe la formación suficiente en traducción publicitaria o echas en falta más información al respecto? Por cierto, os dejo un reto: ¿alguno se atreve a proponer una traducción para los dos anuncios que he incluido como imágenes?

martes, 8 de julio de 2014

Aprende a enfrentarte a las quejas de los clientes

Desde siempre he creído firmemente en la teoría de que todo buen profesional, de cualquier disciplina, es, en mayor o menor medida, arrogante por naturaleza, y que es precisamente esa arrogancia la que lo diferencia de los profesionales mediocres. Al fin y al cabo, la arrogancia suele ser consecuencia de la seguridad en uno mismo, en su trabajo: ¿acaso no da más confianza alguien que está seguro al cien por cien de que ha entregado un trabajo a la altura que alguien a quien le asaltan las dudas sobre la calidad de su obra? Sin embargo, por muy buenos que seamos, hay algo que tenemos que afrontar: no somos infalibles y nos vamos a equivocar. No una vez ni un par de veces, sino muchas. Incluso muchísimas. Y ahí es cuando entra en juego la siempre necesaria humildad, uno de los principales signos de profesionalidad, para nada incompatible con la seguridad en uno mismo. De hecho, cuando mejor se muestra el buen hacer de un profesional, en nuestro caso, de un traductor, es a la hora de enfrentarse a las quejas de un cliente, tenga razón o no.

Durante los años que llevo trabajando de traductora autónoma, me he dado cuenta de que los traductores más humildes que he conocido son aquellos que llevan décadas en ejercicio, mientras que la arrogancia de los más inexpertos es insultante. Y, ojo, yo me incluyo en este último grupo, por el que creo que hemos pasado todos: la propia inexperiencia, por puro desconocimiento e ignorancia, te hace creerte más de lo que en realidad eres, hasta que te pegas el batacazo. Con el paso del tiempo, me he dado cuenta de todo lo que me queda por aprender y por mejorar, y la única forma de hacerlo es saliendo de la burbuja, siendo humilde y aprendiendo a aceptar tus limitaciones y tus errores. Esto, además de una colleja hacia mi yo pasado, es un aviso a los recién llegados: todos creemos que vamos a comernos el mundo, que somos los dueños de la sabiduría y la razón universal, que valemos más que nadie y que estamos por encima del bien y del mal; nos otorgamos la autoridad de mirar con suficiencia a los demás simplemente porque creemos ser mejores que ellos, tener más o mejor trabajo, haber llegado más lejos (y digo «creemos» porque, en la mayoría de los casos, será solo fruto de nuestra imaginación y nuestro hinchado ego). Pero lo cierto es que, a los veintitantos años, uno no ha conseguido absolutamente nada en la vida ni en el trabajo, más que lograr meter la cabeza en el sector. Y esto es algo de lo que uno no se da cuenta hasta que, como diría toda madre que se precie, madura; en este caso, madura profesionalmente.

Una de las consecuencias de la falta de madurez y, con ello, de humildad, es no saber enfrentarse de la forma adecuada a las quejas y críticas de los clientes. ¿Cómo va a estar una traducción mía mal? Seguro que el que la ha revisado no tiene ni idea. Muchos habréis pensado esto cuando os ha llegado una corrección, una prueba de traducción no superada, una queja de un cliente. Sí, es posible que el cliente se equivoque, porque no siempre tienen la razón, pero es muy probable que el que se haya equivocado hayas sido tú. Siempre da por hecho que el cliente tiene motivos para quejarse o para no aprobarte esa prueba de traducción o para pedirte que modifiques algunas partes de tu trabajo. Y acéptalo con humildad, no como un ultraje ni una ofensa: todos nos equivocamos, pues somos humanos. Si sabes reaccionar bien ante la situación, siempre ganarás puntos con el cliente, muchos más que si hubieras entregado una traducción perfecta, si es que existe. Sé imparcial ante la situación y aprende a reconocer tu error. Si de verdad lo has cometido, soluciónalo lo antes posible y compórtate como un verdadero profesional: tienes la oportunidad no solo de enmendarlo, sino de mostrar a tu cliente que eres alguien digno de confianza. Es lógico que prefieran a un traductor de quien tienen la certeza que les solucionará cualquier problema que pueda surgir antes que a uno que se niega a cumplir con sus solicitudes por su arrogancia o porque su «traducción no tiene ningún error».

Si una vez que has repasado tu traducción con humildad e imparcialidad te das cuenta de que, efectivamente, no hay ningún error ni ningún motivo objetivo por el que quejarse de tu trabajo, aplica la misma profesionalidad en tu respuesta al cliente. Si notas que te hierve la sangre por culpa del inútil del revisor que no sabe hacer bien su trabajo, no respondas de inmediato. Tómate un descanso y escribe tu contestación pasados unos minutos (o unas horas) para evitar ponerte a la defensiva. Yo soy especialista en redactar correos electrónicos larguísimos y borrarlos sin enviarlos, en cuanto me he dado cuenta de lo insensata que estaba siendo. Si, en vez de ponerme a descargar mi ira contra las teclas del ordenador, me hubiera preparado una infusión y me hubiera puesto a leer durante quince minutos, me habría ahorrado unas cuantas úlceras. Responde al cliente con tus argumentos para defender tu traducción de forma profesional y, si es posible, documentada, y te estarás ganando un cliente que confiará en tus capacidades de por vida.

viernes, 20 de junio de 2014

Todo lo que siempre quise decir sobre el CES Felipe II y nunca supe cómo

Esta entrada no estaba ni mucho menos entre mis planes, pero a veces hay algo que te impulsa a escribir sin un motivo. O con todos los motivos del mundo. Ya sabéis que yo no soy de hablar de cosas personales en mi blog y que solo vierto mi opinión en forma de experiencia. Nunca me ha gustado el autobombo ni utilizar el blog con fines promocionales, porque creo que la mejor publicidad posible es la de mi propio trabajo diario. Leyéndome apenas sabréis de mí, no descubriréis si tengo mucho trabajo o poco, ni en qué proyectos estoy, y solo muy de vez en cuando hablo de mis especialidades (y solo con el propósito de orientar a aquellos que quieran dedicarse a ellas). Solo en mi cuenta de Twitter dejo entrever la persona que se esconde tras estas letras, pero tampoco esperéis encontraros un reflejo de lo que no soy. Pero hoy voy a romper mis propias normas.

Porque me siento en parte huérfana. Tras años de incertidumbre (que se remontan a mi primer año de carrera), lucha, manifestaciones, encierros y cambio de órganos de gobierno, según lo anunciado hace unos días, el CES Felipe II, el centro de la Universidad Complutense de Madrid en el que me formé como traductora, pasa a formar parte de la Universidad Rey Juan Carlos, que ha decidido dejar de impartir Traducción e Interpretación. A partir del curso 2014-2015 no habrá alumnos de nuevo ingreso en el Grado en Traducción e Interpretación en el CES Felipe II, ni por parte de la UCM ni de la URJC. Si bien es cierto que esto no es más que la crónica de una muerte anunciada, la Licenciatura y, posteriormente, el Grado en Traducción e Interpretación llevaban tanto tiempo agonizando que siempre quedó la esperanza de su recuperación. A pesar de que me licenciara hace ya dos años, he procurado mantenerme al tanto de las noticias sobre mi antiguo centro gracias a internet. En las últimas semanas las noticias habían fluctuado entre nefastas y esperanzadoras, y estando ya ajena a la vida universitaria es más complicado conocer en tiempo real lo que está sucediendo. Quizá por eso enterarme de la decisión definitiva ha sido todo un mazazo.

Muchos os preguntaréis por qué, si, al fin y al cabo, ya no tengo nada que ver con la universidad. Y quizá no os falte razón. Puede que todo sea añoranza de mis años universitarios, o la saudade de la que hablan los portugueses, esa misma que te impulsa a gastarte un dineral en una orla en la que tu fotografía está rodeada de la imagen de, si tienes suerte, desconocidos (si no, de [h]arpías y otras aves de rapiña) que se supone que eran tus compañeros, simplemente porque necesitas algo a lo que agarrarte, que recordar cuando peines canas, que te una a lo que una vez fuiste y no volverás a ser. Y quizá por eso mismo lamento la pérdida del CES: porque mi universidad, en la que pasé cuatro años de mi vida, en la que aprendí todo lo que soy como traductora, desaparece sin dejar rastro. Y, con ella, la esperanza de poder volver a caminar por delante de su austera fachada castellana, su portón de madera y sus balcones de hierro forjado dentro de unos años y decir: «Mira, mi universidad». El edificio, patrimonio cultural de Aranjuez, seguirá allí, pero ya no será el CES Felipe II que todos conocimos y sus aulas ya no formarán a traductores.

Sé que hay muchos que defienden que una licenciatura o un grado en Traducción e Interpretación no es tan importante para traducir, pues el traductor nace, no se hace. Otros dicen que en cinco años de licenciatura no aprendieron nada más que teoría inútil y que salieron traduciendo igual (de mal, supongo) que al principio. Y no pocos opinan que el hecho de que muchos profesores no sean traductores profesionales en ejercicio automáticamente los incapacita para ser buenos profesores de Traducción por «su lejanía con el mercado real de la traducción». Yo no seré quien niegue la existencia de traductores natos, ni conozco el plan de estudios de todos los programas de Traducción e Interpretación de España como para saber qué tipo de asignaturas imparten, ni sé si un profesor es mejor o peor por ejercer profesionalmente de traductor. Pero de lo que sí estoy segura es de que yo no sería ni una mínima parte de lo que soy hoy como traductora (y que, a su vez, es una mínima parte de todo lo que me queda por delante) si no hubiera estudiado en el CES Felipe II

Es cierto que la experiencia profesional te curte, que te enseña todo aquello que no se aprende en la universidad. Pero los conocimientos prácticos (sí, porque mis clases de Traducción y de Interpretación siempre fueron 100 % prácticas) con los que salí de la universidad hace ya dos años son, para mí, algo insustituible. Y, aunque sé que las comparaciones son odiosas, no puedo evitar escuchar las experiencias de colegas coetáneos licenciados en otras universidades y pensar en lo afortunada que fui. Porque es cierto que el CES no tenía el prestigio y la historia de otras facultades de Traducción e Interpretación de España; que en verano no había dinero para el aire acondicionado y que en invierno no podíamos quitarnos el abrigo en clase; que de 25 ordenadores por clase solo funcionaban 3 o 4, y que las once cabinas de interpretación no daban abasto con medio centenar de alumnos matriculados. Pero, gracias a los profesores, no había un solo día de clase, del primero al último, en el que no sintiera que había aprendido algo valiosísimo para mi profesión. El centro agonizó hasta rozar lo insostenible, pero el nivel de la enseñanza se mantuvo siempre en lo más alto. Por eso, nunca escatimaré en halagos a mis profesores, desde primer curso hasta cuarto.

Ahora Traducción e Interpretación desaparece de Aranjuez. Al parecer, la UCM, esa que no ha hecho nada por mantener vivo el CES Felipe II, está interesada en impartir el grado en su Facultad de Filología y ya ha presentado el proyecto para su aprobación, por lo que es muy posible que el curso que viene puedan entrar alumnos de nuevo ingreso en el Grado en Traducción e Interpretación, aunque esta vez en Ciudad Universitaria. ¿Se continuará con el proyecto empezado en el CES, con las mismas materias, el mismo plan de estudios y los mismos profesores? Sea como fuere, la defunción de TeI en el CES Felipe II es una pésima noticia para todos aquellos que pasamos nuestros años de juventud en él y que hemos dejado entre sus recias paredes un trocito de nuestro corazón.

martes, 29 de abril de 2014

Métodos y condiciones de pago para traductores

La entrada de hoy está dedicada a todos aquellos que me habéis escrito últimamente para preguntarme por uno de los temas más recurrentes entre las dudas de los recién llegados: el dinero, la pasta, la guita o como queráis llamarlo. Porque conseguir nuestro primer trabajo de traducción está muy bien, pero luego hay que cobrarlo, que no vivimos del aire. En esta entrada voy a comparar los distintos métodos de pago que solemos usar los traductores, veremos las condiciones y los plazos de pago más habituales entre las agencias (y cómo saber si nos convienen o no) y os contaré cómo actuar en caso de impago y cómo evitar llegar hasta ese punto.

Métodos de pago

Si hiciéramos una encuesta entre traductores, llegaríamos a la conclusión de que existen tres medios principales que utilizamos a la hora de cobrar nuestras facturas: transferencia bancaria, Paypal/Skrill y cheque. De estas tres, yo solo utilizo dos, porque bien es sabido por casi todos que el cheque hay que evitarlo a toda costa: son incontables los timos a traductores que se han llevado a cabo con cheques falsos (por no hablar de las comisiones que te cobran en caso de que resulte no ser un timo). Aunque en Estados Unidos sigue siendo un modo de pago bastante común, aquí en España raramente se utiliza, porque nos encontramos con más desventajas que ventajas. Así que si un posible cliente os ofrece pagaros con cheque, huid a toda velocidad. Veamos las otras dos opciones:
  • Transferencia bancaria o ingreso. Es la mejor opción si trabajamos con clientes de España o de la Unión Europea, porque a nosotros nos va a llegar el pago íntegro a nuestra cuenta bancaria. En las transferencias, quien va a cargar con la comisión es el que efectúa el ingreso, es decir, el que nos paga; en transferencias dentro de la UE, el importe de la comisión será bastante reducido o inexistente en la mayoría de los casos, así que el cliente no tendrá ningún problema en hacernos el pago íntegro.
  • Paypal o Skrill (antes Moneybookers). De estos dos yo solo uso el primero, que es el más utilizado. En mi caso, yo lo utilizo cuando trabajo para empresas de fuera de Europa, porque las comisiones por transferencia internacional son muy elevadas y la mayoría de las empresas se niegan a cargar con la comisión. Así que, a menos que el importe sea muy alto y te ofrezcas a cargar con la comisión (que suele ser una cantidad fija que no hace tanto daño en pagos altos como en importes diminutos), la mejor idea para pagos extracomunitarios es Paypal o Skrill, que te cobran un porcentaje del dinero recibido en calidad de comisión (en Paypal es del 3,4 %). Además, en los pagos en divisas distintas al euro, el tipo de cambio que utiliza Paypal es algo locura (por no decir «robo a mano armada»), así que si podéis facturarle al cliente en euros, mucho mejor (en EE. UU. no se van a dejar, pero en Asia lo mismo cuela). Por lo general, en pagos internacionales sale más rentable Paypal que transferencia bancaria si el importe es inferior a 800 € (algo menos si el pago en en otra divisa, por lo que se llevan del tipo de cambio). Por cierto, muchos me preguntáis cómo funciona Paypal. Pues bien, es extremadamente sencillo: solo tenéis que abriros una cuenta en Paypal, asociarla con vuestra cuenta bancaria y, tras unos sencillos pasos de verificación (para asegurarse de que eres el titular de la cuenta bancaria que has hecho constar), ya puedes transferir dinero de una cuenta a otra de forma gratuita. Así, en cuanto recibas el dinero en tu cuenta de Paypal puedes pasarla a tu cuenta del banco en un par de clics y gratis. ¿A que es más fácil de lo que parecía?


Condiciones y plazos de pago

Aunque los traductores somos autónomos y, en teoría, somos nuestra propia empresa y ponemos nuestras propias normas, en algunos casos nos encontramos con situaciones injustas y un tanto absurdas. Por ejemplo, que el que nos tiene que pagar sea el que ponga sus propios plazos de pago. Es como si yo contratara a unos diseñadores para mi página web y les dijera que ellos se tienen que adaptar a mis plazos de pago, que son 30 días desde que me hayan finalizado la web. ¿A que suena a chiste? Un poco sí, pero para los traductores esto es el pan nuestro de cada día, hasta tal punto que nadie parece haber cuestionado jamás el hecho de que sean las agencias las que decidan cuándo van a pagarte y que tú lo debas acatar si quieres trabajar con ellos. Obviamente, con clientes directos, en especial particulares, nadie va a poner en duda que eres tú quien pones la fecha límite de pago, pero en caso de agencias ya nos hemos acostumbrado a que sean ellas las que mandan.

Y, ojo, que, dentro de todo este absurdo, esto no tiene nada de malo siempre y cuando sus plazos y sus condiciones de pago sean razonables. Y por razonables me refiero a dos cosas: una, que te paguen; y dos, que te paguen en un plazo inferior a 45 días (idealmente 30). Puede parecer evidente, pero hay muchas, muchísimas agencias que no cumplen con estas normas tan básicas. Para que os hagáis una idea, me he encontrado por ahí con agencias que:
  • En los contratos a los traductores, incluyen cláusulas en las que se estipula que no se le pagará al traductor en caso de que su traducción «no cumpla con la calidad mínima exigida». Esto es inaceptable, porque una agencia debe pagar a sus traductores independientemente de la calidad de la traducción. Si ha habido errores, se le pide al traductor que los corrija las veces que sea necesario y no se le vuelve a llamar para futuros proyectos, pero eso de no pagar por su trabajo es una auténtica barbaridad. Más que nada porque así cualquier agencia podría esgrimir razones de calidad para no pagar a ningún traductor (pues, al fin y al cabo, la calidad es algo muy subjetivo). Si al leer el contrato os encontráis con una cláusula así, no aceptéis.
  • Pagan a los 90 días. Un trimestre. Entero. Va a ser que no. Y creo que no tengo que deciros por qué.
  • No pagan a los traductores hasta que su cliente les ha pagado, independientemente de si ya se ha cumplido la fecha de vencimiento del pago al traductor. Como no es culpa nuestra que su cliente sea un moroso, exigimos el dinero que nos corresponde, porque, si no, automáticamente la agencia pasará a convertirse también en moroso. Si algún cliente os da esta razón como motivo para no haberos pagado aún, dejadle claro que tiene todas las de perder, porque las cosas no funcionan así.


Impago y morosidad

Esto es algo a lo que todos los traductores tarde o temprano tendremos que enfrentarnos, en mayor o en menor medida: desde el cliente rezagado al que hay que recordarle que el plazo venció hace una semana hasta el que deja de dar señales de vida en cuanto llega la hora de pagar. Si se cumple el plazo límite de pago y aún no nos han ingresado el dinero, no nos alarmemos: a veces los bancos tardan varios días en procesar el pago. También es posible que al cliente se le haya extraviado la factura o, simplemente, que se le haya pasado pagarte, porque todos somos humanos y podemos cometer errores. En tales casos, un amable recordatorio en que preguntes si todo está en orden no hará daño a nadie (pero recordad: «amable» y «recordatorio», no «agresiva» y «amenaza») y es más que probable que te paguen de inmediato. Si pasan los días y siguen sin pagaros, lo ideal es ir aumentando la gravedad de vuestros «ya no tan amables» «ya no tan recordatorios» mientras os sigan dando largas, hasta que os canséis, porque todos tenemos un límite (mi límite fue de 45 días desde la fecha de vencimiento), y no tengáis más remedio que decirles que, u os pagan, o u os veréis obligados a recurrir a la vía jurídica. A partir de ese momento, lo más normal es que por fin te tomen en serio y en 48 horas recibas el dinero en tu cuenta, como en el anuncio de Cofidis. Si no, siempre puedes recurrir al proceso monitorio, totalmente gratuito.

Está claro que es inevitable encontrarnos con un posible caso de impago, incluso con clientes que no te esperabas. Para ponernos un ejemplo, en mi caso, recientemente he perdido cerca de 400 € (menos mal que no es mucho; podía haber sido peor) porque una agencia para la que llevaba trabajando un año entero —sin un solo problema— ha quebrado y ha cerrado sin pagarme una factura que tenían pendiente (dinero que ya no voy a recuperar). Casos como estos son impredecibles, pero muchos otros sí que se pueden evitar. Infórmate siempre antes de aceptar trabajo de un nuevo cliente: si es agencia, busca en internet opiniones sobre ella; si es particular, pide el pago por adelantado íntegro o parcial. En esto, como en todo, la regla número uno es tener sentido común.

jueves, 20 de febrero de 2014

¿En qué me especializo?: la traducción para el sector turístico

Me gustaría empezar una nueva serie de entradas no consecutivas sobre las opciones profesionales de las que disponen los recién graduados en Traducción e Interpretación o aquellos que estén comenzando a dedicarse profesionalmente a la traducción. Obviamente, no puedo hablar de aquello que desconozco, así que las especialidades de la traducción que voy a tratar van a ser aquellas a las que me dedico o a las que me he dedicado en mayor o menor medida. Algunas de ellas serán menos conocidas que otras, pues mi idea es la de mostrar alternativas a las que parecen ser las opciones más habituales entre los que empiezan.

Palacio de Buckingham (Londres)
Hoy voy a hablar de una de las especialidades con mayor volumen de trabajo de traducción en la actualidad: la traducción para el sector turístico. El turismo es una de las mayores fuentes de ingresos para muchos países de todo el mundo; de hecho, hay países que viven casi exclusivamente del turismo (Seychelles, Maldivas, Mauricio, Fiyi y muchos otros países diminutos cuyo producto interior bruto procede en buena parte del turismo de lujo). No existe país en el mundo que no explote al máximo sus atractivos turísticos, por pequeños que sean: ¡incluso Corea del Norte! Esto, sumado al hecho de que los españoles somos, por regla general, una sociedad muy viajera —tendencia que se acentúa en las nuevas generaciones, desde jóvenes que recorren Europa a lo mochilero hasta parejas que deciden pasar la luna de miel en destinos exóticos—, hace que el sector de la traducción turística en España siga en alza a pesar de la crisis.

Tipos de texto y sectores involucrados

Al contrario que otras especialidades, cuya tipología textual suele ser más reducida, la traducción para el sector turístico puede incluir una amplísima variedad de tipos de texto: textos publicitarios, informativos, jurídicos o de opinión, para catálogos, libros, páginas web, folletos o carteles, entre muchos otros. Veamos algunos de estos géneros textuales:
  • Textos publicitarios. Aquí se incluyen catálogos de viajes, excursiones y cruceros, pero también folletos sobre determinados lugares de interés turístico, así como páginas web de hoteles. En resumidas cuentas, a este género textual pertenece todo aquello susceptible de ser «vendido».
  • Textos descriptivos e informativos. Pueden tener cierta similitud con los textos publicitarios, pero la diferencia es que, en este caso, se ofrece un punto de vista imparcial. Mientras que en los textos publicitarios se reflejan las bondades de un lugar determinado, con el objetivo de hacerlo más atractivo al posible comprador, este este tipo de textos descriptivos lo que prima es informar al lector acerca de un lugar determinado. Este género es el habitual en guías de viaje, que están editadas por organismos (habitualmente) imparciales.
  • Textos jurídicos. ¿Qué? ¡Yo que me he decidido por la traducción turística para huir de la jurídica y me encuentro con esto! Pues lamento informarte de que la traducción jurídica está en todas partes, hasta en el ámbito del turismo. Lo más probable es que el cliente, en caso de que sea una agencia, asigne este tipo de textos a alguien especializado, pero nunca viene de más saber con qué se puede encontrar uno en caso de que un cliente directo le encargue, por ejemplo, la traducción de la página web de una agencia de viajes. En ella, como en toda página web en la que se vende un producto, no faltarán políticas de protección de datos y términos y condiciones de uso, además de cláusulas de exención de responsabilidad y otros textos jurídicos propios de un servicio turístico.
  • Textos de opinión. En portales turísticos se suelen encontrar opiniones de clientes que han visitado un determinado lugar o que han hecho uso de un servicio. También existen blogs y páginas web especializados en los que críticos profesionales escriben artículos acerca de su experiencia en una ciudad, un restaurante o un hotel. Cada vez se solicita más la traducción de este tipo de textos, que destacan por un carácter menos formal que el de los textos descriptivos.
Diwali o festival de las luces (India)
Además, a pesar de ser considerada una especialidad homogénea, no se debería hablar de sector turístico, sino de sectores, algunos de ellos bastante especializados. Los que nos dedicamos a la traducción turística solemos enfrentarnos a distintos tipos de contenidos que exigen conocimientos específicos. Por ejemplo:
  • Hoteles. Es habituales que los hoteles deseen traducir, por ejemplo, su página web para atraer a turistas extranjeros. Además, los hoteles de mayor lujo o las cadenas hoteleras también desearán, en muchos casos, traducir otro tipo de documentos, como folletos, la carta del servicio de habitaciones o catálogos de sus productos o servicios.
  • Cruceros. A medio camino entre un medio de transporte y un alojamiento, la traducción para cruceros y alquiler de barcos cuenta con mucha terminología específica de la navegación.
  • Aviación. Aquí no solo entra en juego la terminología propia del turismo, sino que, en la mayoría de las ocasiones, los traductores deberán tener amplios conocimientos en traducción técnica, preferiblemente del ámbito de la aeronáutica. Es habitual que los traductores que traducen para aerolíneas, instalaciones aeroportuarias, etc. se dediquen de forma casi exclusiva a la traducción para el sector aeronáutico, pues es un ámbito muy especializado.
  • Restaurantes. Los traductores nos lo pasamos pipa cuando vamos a restaurantes y somos testigos de las aberraciones en las cartas. Para evitar estos desastres, algunos restaurantes mandan a traducir su carta a traductores nativos. Es poco habitual, pero sucede, os lo prometo, en especial en caso de restaurantes de mayor nivel y, sobre todo, en restaurantes de hoteles. Pero también existen críticas de restaurantes, artículos en páginas web especializadas, revistas gastronómicas, etc.
  • Destinos turísticos. Y, por último, en lo que todo el mundo piensa cuando se habla de traducción turística, aunque puede que sea la opción que menos mercado tiene. Hablamos de guías de viaje, pero también de todo tipo de documentos de las distintas oficinas de turismo de una ciudad o un país. Y, sí, os confirmo las sospechas: es el ámbito más divertido de todos.
Dificultades en la traducción para el sector turístico

En este ámbito de la traducción, nos encontramos con dos tipos de dificultades lingüísticas principales: la terminología propia del sector y la traducción de elementos culturales.

La catedral de San Basilio (Moscú)
Hace un par de meses ya hablé en el blog acerca de la traducción de elementos culturales en distintos ámbitos y, dentro del apartado de la traducción publicitaria, nombré de refilón un par de casos relacionados con el turismo. Y es que la traducción de estos elementos siempre da lugar a problemas, consultas y un sinfín de opiniones que varían de traductor a traductor. En el caso del sector turístico, los problemas con los elementos culturales surgen en el momento en que el texto original se redacta teniendo en mente a los posibles lectores de ese país y esa cultura, familiarizados con estos elementos culturales, mientras que los extranjeros los desconocerán. Sin embargo, es posible que también se dé el caso inverso: imaginaos una guía de viajes escrita por un autor extranjero y que trate sobre España; en ella, el autor explicará elementos de la cultura, geografía o gastronomía españolas ya conocidos por todos nosotros pero no así por los lectores de cualquier otro país. A continuación, voy a tratar algunos ejemplos de elementos culturales en textos turísticos y su posible traducción.
  • Topónimos. Cuando hablamos de países, todos tenemos claro cuál es su denominación en español; sin embargo, en el caso de las ciudades no es tan fácil. Muchos topónimos extranjeros tienen una versión española (o «españolizada», como Shanghái), en especial en aquellos países que históricamente han tenido más relación con España. Por ejemplo, casi todas las ciudades de cierta importancia de países como Francia, Italia, Alemania o Bélgica tienen una versión española de su nombre, pero no se puede decir lo mismo con las ciudades de Tailandia o de Nueva Zelanda. Sin embargo, algunos de estos topónimos que nacieron otrora se han quedado obsoletos en la actualidad, como Tolosa para Toulouse o Maguncia para Mainz. En estos casos, hay que optar por reflejar el uso en el español actual. Tampoco se va a enfadar la RAE si ponemos Frankfurt en lugar de Fráncfort de Meno, ¿o sí?
  • Nombres de edificios, monumentos y calles. Generalmente, los nombres de los edificios y los monumentos se suelen traducir para facilitar su comprensión: ayuntamiento, Palacio Real, Palacio de la Ópera, iglesia de San Nicolás, Torre de Londres, abadía de Westminster, etc. Generalmente lo que se está traduciendo es el nombre del edificio en sí, el nombre común: Buckingham Palace pasa a ser el Palacio de Buckingham. En el caso de las iglesias que llevan nombres de santo, los susodichos también se traducen: es la catedral de San Pablo, no la catedral de Saint Paul. Aunque siempre existen excepciones avaladas por el uso, como la catedral de Notre Dame en vez de la catedral de Nuestra Señora. En cualquiera de los casos, en guías turísticas y documentos del estilo, al nombre español suele acompañarlo, entre paréntesis, el nombre en la lengua original, habitualmente por motivos prácticos (al fin y al cabo, los carteles en Alemania van a estar en alemán). Al hilo de este último apunte, los nombres de las calles y las plazas siempre se dejan en la lengua original, excepto en el caso de que ese lugar en cuestión sea además un monumento con traducción acuñada en español, como la Plaza Roja de Moscú (en cuyo caso, Plaza también se escribiría en mayúsculas, por considerarse el nombre de monumento).
  • Festividades. Los nombres de fiestas y festivales solo se traducen si existe una traducción acuñada en español, algo que suele suceder sobre todo en las festividades religiosas de países de tradición cristiana. En los demás casos, se dejan sin traducir (Oktoberfest) o se añade una aclaración o traducción a continuación (Diwali o festival de las luces).
    Exquisito fish and chips, de la reputada cocina británica
  • Gastronomía. Este es siempre uno de los puntos más complicados, ya que la gastronomía es uno de los mayores exponentes de la cultura de la mayoría de los países del mundo. En caso de que exista una traducción acuñada o «acuñable», como en pato a la pequinesa o salsa boloñesa, la respetaremos, aunque, de nuevo, muchas veces irá acompañado de su denominación original. En caso de que no exista traducción y el nombre del plato sea descriptivo (por ejemplo, fish and chips o kartoffelsalat), acompañaremos el nombre original del plato de una traducción al español. En caso contrario (y siempre que el cliente lo permita y no existan restricciones de espacio), nunca viene mal describir brevemente el plato en cuestión (para que el lector sepa lo que se va a llevar a la boca, más que nada). Por supuesto, todo esto depende del fin de nuestra traducción y del público objetivo: si nuestra traducción va dirigida a los españoles que llevan años viviendo en Londres, probablemente sea inútil explicarles en qué consisten las delicias de la cocina inglesa.
  • Hechos históricos, políticos, etc. Al igual que en el caso de la gastronomía, los habitantes de un país conocen hechos históricos, políticos y geográficos que los extranjeros normalmente desconocerán. Si en una traducción se habla de un acontecimiento histórico o de un personaje notable que es necesario conocer ligeramente para comprender el texto, deberemos adaptar nuestra traducción y poner en contexto al lector extranjero. En el caso contrario, por ejemplo, si un autor extranjero ha escrito una guía de viajes sobre España y explica hechos históricos o habla de personajes notables de sobra conocidos por los lectores españoles (o, por ejemplo, habla de ellos desde el punto de vista de su país), habrá que adaptar ese texto igualmente, pero a la inversa, eliminando información que no sea necesaria en nuestra traducción.
Hasta aquí esta pequeña (aunque no lo parezca, por la extensión del texto) introducción al sector de la traducción turística, un ámbito bastante infravalorado pero mucho más complicado de lo que algunos creen. Es un sector apasionante para cualquiera al que le interese ya no solo el turismo en sí, sino también la historia, la arquitectura, el arte y la gastronomía. Si echáis en falta algo o deseáis que amplíe información sobre algo en concreto, no dudéis en dejar un comentario.

lunes, 20 de enero de 2014

La relación del traductor con el cliente: cómo conseguir clientes y conservarlos

¿Qué sería de un traductor sin clientes? Un traductor con mucho tiempo libre. Pero ¿qué sería de un cliente sin traductores? La relación entre el traductor y el cliente es una relación de beneficio mutuo, una verdadera simbiosis. Nosotros, lo traductores, no podemos ejercer nuestra profesión si no tenemos clientes, pero muchas veces no nos acordamos de que los clientes también nos requieren a nosotros para que satisfagamos sus necesidades lingüísticas. Parece simple, pero a muchos traductores se les olvida que no son mano de obra en busca de trabajo, sino profesionales que ofrecen un servicio a clientes —particulares o empresas— que lo necesitan. Así pues, nuestra relación con el cliente no es la de un subordinado con su jefe, sino la de un profesional que debe saber vender sus servicios especializados a aquellos que tienen una necesidad por satisfacer.

Todos los traductores, noveles y veteranos, pasamos por los mismos problemas a lo largo de nuestra carrera profesional, muchos de los cuales tienen relación directa con los clientes: la incapacidad de subir las tarifas sin perder viejos clientes, épocas de sequía en las que no nos entran encargos, clientes directos que desconocen por completo el mundo de la traducción, etc. Sin embargo, el éxito en nuestra profesión tiene una relación directa con nuestra capacidad de conseguir nuevos clientes y, sobre todo, de conservarlos. A continuación veremos algunos consejos y trucos para conseguir un flujo de trabajo estable gracias a mantener una base de clientes satisfechos y fieles.

Primeros pasos

Qué fácil parece todo cuando ya se tienen clientes, ¿verdad? Para aquellos que estáis empezando, la verdadera dificultad es conseguir vuestro primer cliente, aquel que os dé la primer oportunidad para demostrar lo que valéis. Hace unos meses ya escribí una entrada de blog sobre los cinco pasos fundamentales a la hora de buscar clientes, que no está de más recordar. Tened siempre en mente que lo principal es convencer al cliente de que nosotros somos lo que necesita, de que si nos elige a nosotros no se arrepentirá. Para ello es imprescindible hacer resaltar nuestras capacidades, aquello que nos distingue de los demás y en lo que sobresalimos.

Otro punto importante es la visibilidad en línea: no subestimes la capacidad de internet para conseguir que sean los clientes los que nos encuentren a nosotros. No, no es una utopía: sucede de verdad. Sin necesidad de tener que enviar cientos de currículos a agencias, patearse ferias ni llamar a empresas de nuestro sector, es posible (y probable) que los clientes busquen un traductor y nos encuentren, siempre que se lo pongamos fácil, claro. Para eso existen plataformas (llámense LinkedIn, ProZ.com o página web profesional) en las que no debemos escatimar esfuerzos. Tardarás media hora en hacerte un perfil decente y, a cambio, estarás dándote a conocer ante millones de posibles clientes. ¿Merece o no merece la pena?

¡Se han puesto en contacto conmigo!

El corazón empieza a latirte a mil por hora: ¡un correo electrónico de un posible cliente en tu bandeja de entrada! Puede que solo te estén pidiendo más datos o que te soliciten una prueba de traducción. Pero también es posible que te avisen de que tienen un encargo que quizá te pueda interesar o que, directamente, se pongan en contacto contigo para solicitarte un presupuesto. Si el cliente acepta tus tarifas, ¡ya lo tienes en el bote! Si no, te va a tocar negociarlas. Hace unos días, Pablo Muñoz escribió una excelente entrada en su blog sobre la negociación de tarifas enfocada a la negociación al alza. Sin embargo, negociar tarifas a la baja —es decir, a favor del cliente— no siempre es algo necesariamente malo siempre y cuando sea de forma razonable. Os voy a poner un ejemplo. Resulta que vuestra tarifa para un par de lenguas determinado en un texto de carácter general es de 0,06 € y así se lo hacéis llegar al cliente. Sin embargo, este os responde diciendo que esas tarifas son muy altas y que solo os puede pagar 0,03 € por palabra. Pues bien, esta es la muestra de una negociación de tarifas no razonable. ¡Huid como de la peste! Todavía si se tratara de una petición de descuento de 1 céntimo por palabra (que parece que no, pero supone una diferencia importante) se podría negociar (no todo es dinero en esta vida: nos puede compensar bajar ligeramente la tarifa para un encargo que nos interesa muchísimo conseguir), pero una rebaja del 50 % es innegociable para cualquier profesional, por muy novel que sea. Ya no es solo cuestión de dinero, sino de honor y profesionalidad. Si no estamos en un mercadillo, ¿a qué viene el regateo? Además, ¿qué clase de cliente hace una petición así? Un buen cliente está claro que no. Alejaos.

Sin embargo, un caso bien distinto es el de un cliente de confianza con el que lleváis trabajando un tiempo y que os pide una pequeña rebaja (digamos 0,08 € en vez de 0,09 €) excepcional en un encargo determinado porque va justo de presupuesto. En tal caso, una pequeña rebaja nos aporta más de lo que nos quita: sí, estamos perdiendo una pequeña cantidad de dinero a corto plazo, pero el cliente agradecerá el favor, lo que fortalecerá la relación entre traductor y cliente y nos garantizará que este seguirá confiando en nuestros servicios en el futuro.

Ahora bien, ¿qué hacer en el caso de que un posible cliente se ponga en contacto con vosotros para un encargo en una combinación lingüística o en una disciplina con la que no trabajáis? O, simplemente, resulta que os vais de vacaciones y no estáis disponibles. Lo más sencillo parece decir que no podéis haceros cargo de esa traducción y rechazarla. Sin embargo, existe otra opción: la colaboración con otros traductores de confianza, es decir, subcontratar el encargo. Incluso aunque no vayamos a conseguir ningún beneficio económico (a no ser que actuemos como el típico intermediario y nos llevemos algunos céntimos en el proceso), lo que nos interesa es que ese cliente no se vaya a la competencia, pues de este modo es posible que poco después regrese con otro encargo que sí podamos hacer personalmente. Si lo rechazamos, puede que no volvamos a saber nada de ese cliente nunca más.

Cliente satisfecho, cliente fiel

La verdadera medida de éxito para un traductor, esa prueba que demuestre que lo estás haciendo bien, es el índice de clientes que vuelven a contratar tus servicios. No sirve para nada hacer todo el esfuerzo de conseguir un cliente si lo vas a dejar escapar a la primera de cambio. Parece obvio decir que un cliente satisfecho es aquel que recibe una traducción de calidad y dentro de los plazos. Pero no es lo único y, aunque parezca mentira, en muchas ocasiones ni siquiera es lo primordial: no siempre el cliente va a tener la capacidad de juzgar la calidad de nuestra traducción. Sin embargo, algo que todos los clientes, ya sean agencias, empresas o particulares, valoran sin excepción es la buena comunicación con el traductor. Sí, aunque a veces —muchas— ellos no sean el mejor ejemplo de buena comunicación, agradecerán enormemente obtener respuesta a un correo electrónico a los pocos minutos, que resuelvas todas las dudas que les puedan surgir, que te muestres tolerante ante posibles retrasos o modificaciones en el proyecto y que, sobre todo, les proporciones confianza y seguridad a través de la comunicación. Igual que a los traductores no nos causa buena impresión un gestor de proyectos que desaparece del mapa durante varios días, no responde a los correos electrónicos —y, cuando lo hace, es prácticamente con monosílabos— y nos escribe con exigencias, como si estuviera haciéndonos un favor, a los clientes les sucede exactamente lo mismo: se van a fiar más de aquellos traductores que den la impresión de estar comprometidos con el proyecto. Ofreced siempre vuestra cara amable: sé profesional, pero también humano y atento.

Al igual que comentaba en el apartado anterior cómo retener a un cliente si te pide un encargo en un par de lenguas o especialidad que no trabajas, otro modo de asegurarte de que tus clientes recurran a ti como su proveedor de servicios lingüísticos de confianza es ofrecer servicios adicionales. Al trabajar con agencias será menos frecuente, pero en el caso de clientes directos va a ser muy habitual. Por ejemplo, imaginaos el caso de un cliente que haya rodado un vídeo promocional de su empresa y desee que lo subtitulemos en español. Este cliente en cuestión no tiene ni idea de lo que significa .srt: él lo que quiere es que le devuelvas el vídeo con los subtítulos ya incrustados. Es muy probable que en tu vida profesional jamás haya incrustado subtítulos y que no dispongas del software adecuado, pero ¿vas a perder a un cliente por un simple detalle? Un caso similar será el del cliente que quiera traducir su página web —y al que habrá que devolverle la página web íntegra traducida, también imágenes— o un catálogo de sus productos con maquetación incluida. Saber ofrecer todos estos servicios adicionales (subtitulado, maquetación, tratamiento de imágenes, programación básica) es una forma magnífica de destacar y de ganarnos a nuestro cliente.

No quiero molestar, pero...

No sé si hay muchos como yo, pero una cosa que odio en lo relacionado con temas laborales es molestar a mis clientes. Y eso choca con dos acciones que todo traductor ha realizado en más de una ocasión: mostrar disponibilidad y pedir recomendación.

Debo reconocer que lo primero rara vez lo hago, por dos razones: una, como ya he dicho, para no molestar —es de suponer que el cliente no desea perder su valioso tiempo en cosas que ni le van ni le vienen—; y, la otra, para no parecer desesperada a la búsqueda de algún proyecto (un traductor ocioso no da muy buena impresión). Sin embargo, alguna que otra vez he probado a mostrarme disponible de forma sutil: por ejemplo, aprovechar el e-mail de felicitación de la Navidad para comentarle al gestor de proyectos que no te vas a tomar vacaciones durante las fiestas; o conectar con un antiguo cliente en LinkedIn y, ya de paso, preguntarle qué es de su vida y si hay algún proyecto en tu par de lenguas a la vista. En ocasiones es fundamental recordar a los clientes que aún pueden confiar en tus servicios, sobre todo si te avisaron para un proyecto hace un mes y no han vuelto a dar señales de vida.

Otro aspecto en el que suelo ser bastante cauta es el de las referencias. Sé que mucha gente tiene o ha tenido algún que otro cliente de confianza que ejerce de referencia cuando las solicitan. No obstante, yo soy bastante reticente a la práctica de facilitar el número de teléfono o correo electrónico de clientes como referencia. En su lugar, prefiero, una vez he trabajado para un mismo cliente en varias ocasiones, solicitarle una pequeña recomendación ya sea en LinkedIn o en ProZ, que luego incluyo además en mi página web. Así, mis posibles nuevos clientes pueden tener la certeza de que otros han quedado satisfechos con mi trabajo sin necesidad de molestar a clientes de confianza.

Creo que no me convienes

Los que estáis empezando diréis que no estáis para rechazar clientes y que conseguir uno ya es un logro. Sin embargo, igual que con las parejas, algunos clientes no nos convienen. Un cliente no te conviene y es mejor que huyas de él si:

  • Te dice la tarifa que te ofrece en vez de preguntarte la tuya. Igual que nosotros no le decimos al fontanero que viene a hacernos un apaño lo que nos tiene que cobrar, ¿por qué ellos a nosotros sí?
  • Solo te manda encargos diminutos, de menos de 300 palabras, y te pide que no apliques tarifa mínima.
  • De entrada te solicita considerables descuentos por volumen. Eso es tener la cara muy dura.
  • Aplica plazos de pago superiores a 60 días. Si ya pagar a los 30 días nos pone las cosas difíciles y 60 días es una eternidad, plazos superiores son, directamente, un suicidio: estamos hablando de trimestres distintos.
  • En tu primer trabajo para ese cliente, ya se retrasó a la hora de abonar tus honorarios. Por mucho que te pida perdón, lo más probable es que en las demás ocasiones también lo haga.
  • Trabajar con él comporta más condiciones, cláusulas y molestias que ventajas. Si trabajar para un cliente te perjudica (por ejemplo, porque un determinado encargo te lleva más trabajo del que corresponde por la contraprestación económica acordada), no hay ningún motivo por el que perder tu valioso tiempo con clientes así. También se puede aplicar a contratos abusivos: cuidado con lo que firmáis.
  • Sospechas, aunque sea mínimamente, que hay algo raro. Todas las precauciones son pocas en nuestro trabajo. Si tienes la más mínima sospecha de que tu cliente no es quien dice ser (dirección de correo electrónico gratuita, pocos datos sobre la persona o la empresa) o de que pagarte no está entre sus planes, corta por lo sano. Más vale prevenir que curar.